¿Por qué nos importa tanto el qué dirán?

¿Por qué nos importa tanto el qué dirán?

Cada vez es más la cantidad de personas que dejan de hacer algo por temor o vergüenza a enfrentarse al qué dirán. ¿Por qué le damos tanta importancia?                                                                                                                                                             Si bien depende desde qué edad observemos la situación, el comportamiento obligado es mucho más común de lo que creemos, y al mismo tiempo, una tarea para eliminar de nuestras costumbres. Es hora de aprender a actuar sin pensar en el qué dirán, y guiarnos por el qué me importa, qué creo o qué me interesa a mí.

Sin afán de hacer un análisis denso, pues este canal apunta más bien a ser una radiografía de nuestras costumbres, aplaudirlas o simplemente reírnos de ellas, los invito a ver algunos de los casos más comunes donde más vemos actuar al impertinente “qué dirán”.             El primer tema y el más habitual, sobre todo en las mujeres, pero no despreciable en los hombres, es el uso de la ropa. Y peor, si de matrimonios se trata, ojalá no ir con el mismo vestido de la fiesta anterior, y que nadie más tenga el mismo modelo que yo. Me pasa a menudo, verme a mí misma complicándome por ese detalle, pero por suerte no llego a más que eso. Sigo teniendo un solo vestido y acceso directo al ropero de amigas, tías, y por supuesto, aunque no lo crean, de mi madre (es muchísimo más trapera que yo).A la hora de comer muchas veces también opera este filtro. Pensarán que como mucho,que no me gustó, que está malo. ¿Será buena o mala educación decir que no quiero más? Mejor comerse todo, así evitar problemas, o para no quedar mal, inventar alguna alergia: una salida más elegante, para decir que algo está desabrido o que, sencillamente, no nos gusta para nada.Las emociones también se ven afectadas. En mi casa, rodeada de hermanos y con muchos primos y tíos, recuerdo haber escuchado más de alguna vez decir a uno que los hombres no lloran, o si alguien lloraba, decirle que era una niñita (en ese entonces yo pensaba qué tenía de malo ser niñita, yo era una). Como si sentir pena, tristeza o emoción fuera algo exclusivo al género femenino. Por mi parte creo que no hay nada más sano que llorar cuando se tiene pena. ¡El alma se limpia todita!Recordando a mis adoradas abuelas, ahora mis angelitos de la guarda más fieles, saltan a mi cabeza múltiples ejemplos. Una de mis abuelas, Laura,  solía salir a barrer al jardín de la entrada de su casa con bata y si era necesario, con tubos en el pelo,  para así aprovechar cada segundo del tiempo libre. Mientras la otra, Yolanda, solía dormir semi vestida, por si ocurría algo en la noche. Pensaba que siempre era necesario estar lista y presentable ante posibles visitas o emergencias.Creo que todos tenemos un  poco de ambos extremos. Muchas actitudes está muy bien que no se hagan en público, más bien por educación que por restricción, pero para muchas otras, es necesario dejar la vergüenza a un lado y expresarse.Siempre me ha llamado la atención, la impresión de muchos adultos mayores cuando ven a una pareja de jóvenes besarse en la calle. ¡Si besarse es algo tan lindo! Ahora, si las demostraciones de amor van más allá, para eso están los moteles, pero ¡Ups!, también es algo para no decir en voz alta, qué van a decir los demás.Finalmente, un caso que creo ha ido en aumento, es la gente que se queja por sus derechos como consumidores. Antes era muy poco frecuente que una persona, insatisfecha por un servicio entregado, en primer lugar averiguara sobre sus derechos, y más aún, se atreviera a poner un reclamo por su insatisfacción. Lo usual antaño era dejarlo pasar, total, no hay nada que no tenga solución, excepto la muerte, dicta el dicho popular.Esa timidez mal entendida, poco a poco va alejándose de nuestros comportamientos, al menos, cuando no tiene que ver con nuestras emociones y se  refiere a terceros. Esperemos que día a día, los chilenos seamos más de los que hacemos porque tenemos ganas de hacer o decir algo, y no de los que preferimos quedarnos callados. ¡Total!, a lo más gastaremos palabras y estas son gratis (cómo no aprovecharlas entonces).                    

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