Hoy en día la violencia en el fútbol es un fenómeno frecuente, que parece estarse contagiando en otros deportes, como el basquetbol, por ejemplo. La conducta del hincha es una forma de imitar costumbres de hombres primitivos, que tenían que defenderse de las fieras o de sus enemigos de su propia especie, con la diferencia que en aquellos casos defendían su vida o la del grupo o tribu, en tanto que los hinchas en las canchas más bien defienden una camiseta, o atacan la contraria.
En un partido, cualquiera que sea, se manifiesta una gran carga emocional, que se contagia entre los grupos de hinchas, pero a la vez muchos arrastran la bronca de problemas personales que no tienen nada que ver con el deporte ni con lo que está sucediendo en la cancha o la tribuna.
El amor a un cuadro de fútbol es una pasión de las multitudes, que muchas veces lleva a sus fanáticos a arriesgar su vida o la de otros lanzando proyectiles que van hacia cualquier parte, sin poder controlar su propia conducta, y contagiados por los actos de otros, también puede ocurrir que incendien los asientos de las tribunas, tiren bengalas, o incluso se enfrentes en peleas sangrientas, provocando avalanchas de la multitud exacerbada y sin control, con consecuencias impredecibles.
Cuando una multitud se embravece o por el contrario, se asusta, cada individuo pierde su propia identidad en el anonimato de las masas, nadie es responsable de los actos inexplicables que pueden ocurrir en una multitud descontrolada. Tanto puede atacar y venirse encima de otros, como disparar y huir despavorida, dependiendo de lo que hagan unos pocos, los que primero inicien la avalancha.
La conducta del público en los estadios es muy parecida a la de los antiguos romanos en el circo, donde se festejaba el derramamiento de sangre y se pedía la ejecución del que había perdido una pelea y estaba caído en la arena.
Sin duda que también hay ciertos individuos que se aprovechan de estas situaciones para desatar sus más bajos instintos, porque piensan, o saben, que pueden cometer impunemente actos de vandalismo. La multitud modifica la conducta de cada individuo, porque puede hacer todo aquello que jamás haría estando solo.
La persona individual se encuentra protegida en un grupo, que se convierte en una patota y todo el grupo obedece sin cuestionar al primero que realiza un acto de violencia, porque considera que no puede quedarse atrás, que debe seguir las acciones del líder, que generalmente es el más violento.
Para los cobardes y los débiles, un grupo de esta naturaleza es la oportunidad que tienen sentirse fuertes, apoyados en la conducta de los más violentos y es así que todos pierden su propia identidad, su manera de ser y comportarse, porque los demás se convierten en parte de ellos mismos que les dan el coraje que no tienen estando solos. Así se atreven junto a otros, a cometer vandalismos o delitos, que pierden su verdadero significado cuando se cometen en grupos.
Casi siempre la victoria o el fracaso del encuentro deja de ser importante, porque lo verdaderamente excitante es el enfrentamiento con los adversarios que ya no son contrarios deportivos, son el enemigo y hay que aplastarlo. Esto es lo que buscan muchos desquiciados en los estadios: más que ver un partido, enfrentarse en una batalla donde todo vale contra los rivales.
En una sociedad humana tolerante, que es lo que todos deberíamos buscar, cada ser humano se encuentra siempre rodeado de relaciones y nuestro destino depende de los sentimientos que los demás tengan hacia nosotros, de la forma que nos vean y esto depende de la manera en que nos comportemos con ellos. El secreto de la relación ideal entre los seres humanos es la tolerancia y la comprensión de los intereses y sentimientos de los demás.
La forma de vivir una vida de tranquilidad y de paz en una sociedad donde hay tantos individuos que nos rodean, -cada uno con sus penas, sus dificultades, sus virtudes y defectos-, es aceptando un orden social, donde cada individuo tiene obligaciones respecto de los que están más arriba y responsabilidades respecto de los que están más abajo.
Para el sabio, ser noble y piadoso con quienes lo rodean, mirar al otro ser humano con misericordia, vale más que la vida misma, porque implica un sentimiento de humanidad hacia los demás y de respeto por sí mismo. No es aceptable que, ni que el éxito nos lleve a la soberbia, ni que las adversidades nos lleven a tomar malas actitudes contra los demás. El cambio de una sociedad violenta sólo es posible, si comienza en el interior de cada uno de nosotros.
Decía Confucio:
Si hay rectitud en el corazón habrá belleza en el carácter.
Si hay belleza en el carácter habrá armonía en el hogar.
Si hay armonía en el hogar habrá orden en la Nación.
Si hay orden en la Nación habrá paz en el mundo.
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